Entre juegos y caídas no hubo mejor
maestro que los otros y el asombro. Transcurrían ociosos, instante a
instante, esos pequeños resquicios incontables de arena.
El juguete favorito siempre estaba en
manos de un indeseable, del maestro mismo. No por ello cedió el
deseo, casi ansioso, de poder sentirse suyo más que a la inversa, de
tan preciado anhelo con ruedas.
Ahora ella es el recreo, uno en el que
no hay que darse prisa para empezar a disfrutar. Es la sonrisa del
infante, con una ilusión que sólo las canas pueden apagar.
Después de un jardín de infancia
donde las manos fueron lo más parecido a un abrazo, ha llegado el
momento con el que la vigilia fantasea, con el que los nervios
esperan sentados con el cetro de un mañana sin aliento.