Qué sonrojante es la luna de ayer. Con
todo lo que ella ha cambiado, se sigue dejando ver en los arrabales.
Consumidores del frívolo erotismo están de enhorabuena, a
medianoche empieza su función.
Por no llevar no lleva ni telón. De
acero ni de vergüenza. Música que excita a las gatas sedientas, ahogadas en el líquido elemento.
Qué soez es la memoria; qué palabras
teje. Con todas esas historias se hará un vestido, con el que trocar
las hieles en busca de algo que poder plantar.
Va arrastrando un muro y mil llaves,
sin más esperanza que el abandono de la fuerza que la sujeta al
suelo.
Su pena ha florecido hermosa. Pena que
no la vea, pena que no se toca.