Que sin ser nada, era un afortunado.
Así lo dejó escrito de forma improvisada en cada afortunada
servilleta que acompañaba su café. Y habrá quién diga que una
mancha no es excitante; no seré yo el que cometa el error de
infravalorar la indiscreta suciedad que empaña las lentillas de un
miope.
Eran viejos amigos, la incógnita y el
borrón en el objetivo. Insto a la incógnita a que descifre, que
traduzca de loco a mundano las vísceras gramaticales que de forma
fluida brotan.
Uno mancha con palabras servilletas y
las limpia con café después. Deshace improperios escritos en
materiales soeces. Juzguemos contenido y forma, yo sólo veo mugre.
Deshecho de muchos, consuelo de
perdedores. Corran, corran, estamos de rebajas. Hay crisis de
entereza mental, con luna llena.
El cansancio y la razón se han
adueñado de la conducta. Dejado atrás todo atisbo de honorabilidad,
rechazado el amor propio y entregado a la desdicha, así se encuentra
la inservible servilleta que estoicamente vio cómo se limpiaban a
ella después de grabar la prosa y el verso dignos de un genio. Sucio
y mugriento genio, hicieron bien en limpiarlo con más mugre.
Escombro puro, inservible para muchos,
ansiado por gustos de rebajas que ahora iluminan la Vogue.
Delego en la manga de la camisa
competencias en sanidad (e higiene).
Y sin ser nada, soy un afortunado con
un café.
Bello es barro, si debajo sólo hay
mierda.