Yo sólo le he pedido que se vaya. Esa vieja sombra, que recuerda aquello que aún no he podido decidir. Cada día, antes de que pueda darle la bienvenida al sol, ella se retuerce bajo las sábanas. Me abraza despacio sabiendo que puede permitírselo, que no podré escapar.
No duermas lejos, parece que dice, mientras me nubla la mirada y hace que la luz sea metáfora del crepúsculo que lo ocupa.
Es este lejano desierto, moramos solos. Solos los dos sin nada que nos indique el norte, ni el sur, ni dónde existe una brújula. Somos vulnerables a ese incansable repetir, a el oscuro devenir, que la sombra ya ni sabe porqué le ha abandonado con un desalmado.
Abrir los ojos es ahora vieja costumbre, nostalgia de cuando veíamos, futuro de un final. Déjenme con ese final a solas, que se haga la luz y pueda ver dónde he perdido la fe, dónde están las huellas de este insufrible placer que ha sido perderme.
Hágase la luz, pero que se haga despacio, que aquí hay seres que todavía duermen.
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