domingo, 9 de octubre de 2011

Caminos, canales y geología emocional


No hay nada peor para el caminante que las piedras de los zapatos. Molestas, incómodas e insufribles incluso.
Piedras grandes, otras pequeñas, piedras bonitas, piedras feas. Pero al final sólo son eso, piedras.
Las más pequeñas casi no dejan marcas, prácticamente se van solas. Las más voluminosas dificultan mucho el bello arte de andar. Todas y cada una de esas piedras fueron entrando en los zapatos, tuvieron su momento de gloria y se condenaron a si mismas a ser expulsadas, como piedras que son.
Caminar es duro per se, suficiente como para tener que disculparse con cada pequeña china que decidió cruzarse en tu camino a su cuenta y riesgo. No es su culpa, el calzado permitió la entrada.
Las piedras en sí no te dejan en la estacada, quizás sean las ampollas que causan lo que te castiga y te invita al abandono. Eso nunca.
Paremos un momento, saquémonos los zapatos y a seguir. Y si ves que no puedes, cambia de zapatos y cómprate una venda.
Heridas quedarán, marcas imborrables que te recuerdan todo lo sangrado. Es inevitable.
Por suerte, yo no pienso con los pies.

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