lunes, 26 de noviembre de 2012

Bon appetit


Todo comenzó cuando el concepto cruzó la barrera de lo plasmado en un tapiz, en el momento que aquellos juicios rasgados tuvieron a bien darle alas a las letras y pies al marco.
No es precisamente el más preciado artículo del museo, lo improbable tiende a la transparencia cuando se trata de analizar el fondo de una cuestión que las palabras escondieron en un enrevesado arabesco. Y dice bien el crítico cuando no dice, y no así cuando pronuncia aquella idea premeditada, presente pretéritamente, antes de ver siquiera como del marco brotaban extremidades.
La venia del crítico se asemeja al saludo del hombre de la guadaña, a la impía condena de irrefutable condición.
Aplauden las moscas entre el hedor que desprenden aquellas obras tan ramplonas como pasajeras, tan simples como mortecinas, de condena aún peor que el saludo de la muerte misma, que ya envió un correo certificado a las musas del mediocre creador.
No se confundan, que no todo es gris. A veces el mejor museo no tiene nada similar a un edificio que lo contenga.
A veces, sólo a veces, uno posee su propia colección de musas y arabescos en el bolsillo pequeño del pijama. Y quién dice pijama dice conciencia.

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