La luz me ha dicho que lo primero fue
la palabra. De ahí vino la relación, el éxito y el duelo. Un par
de pasos después fueron entrando en escena variaciones de todo
aquello que en principio era original.
Formado el todo y abandonada la nada,
las palabras, hartas del torticero trato que sus poseedores les
daban, decidieron revelarse. Revelar su verdadera intención, no hubo
gritos ni reproches, sólo el certero disparo que nadie esperaba ni
querría esperar.
Una mañana inesperada la justicia se
vendió al azar, producto del desorden que adornaba sus vivencias.
Placer, amor y confianza se autoproclamaron inalcanzables, pero
difuminaron su divinidad en otros vocablos en escala de grises. Sexo,
complicidad y rutina se hicieron objetivo del hombre medio, falsa
sonrisa que torna fruncida al dar un abrazo.
De estos cambios nadie se hizo
responsable, y la culpabilidad ahora era otra palabra ajena a todas
aquellas que debían rodearle.
La vida quedó minimizada a una palabra
y la muerte, en miles. Entonces, en un mundo de ventrílocuos de
emociones, el gesto volvió a coger el cetro.
Por desgracia para aquellos que no
podían ver, cetro sólo era una palabra y vida también. Por
desgracia siempre hubo y habrá más palabras aliadas a las escalas
de grises que a todo lo demás.
Aquí es donde entras tú, y donde
salgo yo. Esta es mi palabra.
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