Las mejores ideas son las que ni el ser
más plañidero puede plasmar en poemas. Quizás esa sea la fuente de
las caras inexplicables, de los gestos sorpresivos y los amores
inefables.
Océanos de personas normales han ido
enclaustrando autoestimas de los que sólo querían dar un paseo.
Tantas palabras manidas para tantos traumas que saludan desde
siempre. Como un buen vecino del que no esperas una atrocidad
conyugal, se plantea el raro llevar a la soledad a cenas y
ceremonias.
Hijos de una esperanza rota son
aquellos improbables seres que se emperran en comprar tiritas para
heridas profundas. Cauterizando con síntomas, amnesia como cura,
desvanecerse como consecuencia.
Un hombre nuevo brota cada mañana, se
deshace de las raíces que las sábanas embriagaron la noche
anterior. Las horas y el traqueteo acompasado van guiando a ese
novísimo ente que ha decidido castigarse casi sin darse cuenta. Casi
sin darse cuenta se ha vuelto a enrollar en raíces; casi sin darse
cuenta ese castigo se ha convertido en feliz rutina.
De rutinas vive el hombre, sea amor o
desdicha. Que la fortuna sea dicha y las raíces fuertes, que entre
sábanas se vive bien, en cenas o en la calle.
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