martes, 7 de agosto de 2012

El retrato del Sol


Un refugio en proceso de abandono desmerece. La comodidad es ya mera palabra en boca de un mudo si se trata de diagnosticar lo angosto de lo que antes era conocido como el salón. Un precioso y refinado salón victoriano, con sus cuadros, sus espejos y sus encorsetadas tradiciones. Lo refinado es ahora más bien turbia “refinería”, los cuadros grabados, los espejos cuadros y las tradiciones un sinsentido.
Lúgubre contexto que aterraría a profanos y justos, cálido abrazo para el que la comodidad es un cuerpo con heridas de antaño.
Pregunta la retórica cuestiones indignas para una respuesta clásica. De ahí el agridulce placer de sabores antediluvianos. Con su regusto a añejo y a experimentado. Irónico es lo novedoso que resultan los tan manidos sabores con el contraste del novísimo presente.
Si uno dice antediluviano es porque créame, ha habido un gran diluvio, uno que ha empapado hasta la última silla de madera de este precioso salón.
Este antiguo retrato, lejos de ser espejo y difícilmente clasificable como cuadro, es el complemento perfecto a un torso cosido con flecos, adornado con suaves matices y todavía húmedo por el diluvio que contadas miradas vertieron sobre él.
El café sigue siendo de otro mundo. Con o sin mayordomo es un buen salón para algo tan injusto como un diluvio.

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