martes, 8 de enero de 2013

Sólo media luna

Cuando el cetro de Atenea calló bajo la frágil posesión del derrotado, se hizo la luz en todo el imperio. Imperio fértil en historias, en vidas y en futuros. Fue la vida quien hizo su entrada triunfal, apagando los fuegos de la rabia, ahogando el humo del vacío. Alzó su mano en busca de la fuerza que le había permitido luchar por su destino, dejando atrás las cadenas de la circunstancia, el devenir poético que le había hecho perder la fe en más de una ocasión.
El justo descanso del guerrero no podía llegar hasta desprenderse de la carga del deber. La carga de enseñar el camino a los más pequeños. Otorgarle la clave del Sol a aquellos que tendrían que derramar anhelos por ella. 
Escondan luz donde quieran, guárdenla donde puedan y aún así no será bastante. Conserven luz, hijos de la tierra, pues allá donde los días no vienen a caballo del sol, las noches no cesan en su lúgubre cometido.
Siempre que se habla de batallas se obvia la más importante, que no es más que la siguiente.
Cinco líneas para conservar la clave del Sol, cinco líneas para proteger la luz. Sosteniendo Atlas el devenir, sin que nadie se percate.

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