lunes, 7 de enero de 2013

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Hasta las creaciones más divergentes comparten  menudeces. Cierto psicópata con una chaqueta y varios crímenes a su espalda gustaba de escuchar buena música en un bar elitista del centro. Una pobre contradicción. Amigo de un cínico hipocondríaco, el cual fumaba casi tanto como el miedo que le daban los aviones. Los dos acostumbraban a charlar sobre todo aquello que careciese de importancia. Las cosas importantes vienen en papel reciclado y ellos ante todo eran élite inservible. Bueno, no del todo inservible, en los bares casi cualquier cosa podía acabar en su mesa. Digamos que apuntaban en una libreta las veces que le robaban caramelos a los infantes y luego comparaban lágrimas.
Cierto día, en mitad de su andanada política, dieron alas al drama y segaron casi tantas vidas con un par de armas que con los cientos de palabras a la nuca que ya habían dejado escapar.
A partir de cierta edad no resulta tan divertido ver brotar el rojo elemento, tan caduco como inerte. Vampiros del arte más antigua y sin caer en terreno de rameras, allí los tienes comparando gotones.
Dele un café al asesino, que se duerme.

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