miércoles, 1 de mayo de 2013

A los niños hay que dejarlos en paz

Eso del silencio es complicado a veces. No sé si las grandes guerras tuvieron algo que ver, pero ahora hasta se piden explicaciones arma en mano. Como si las manos no lo fueran siempre.
Mi silencio no es diferente al resto, sí quizás mi lápiz. Emperrado en que no iba a describir más lágrimas se escondió hasta vivir. La llamo vida, mi reina o mi ruina.
He contado el infinito un número irracional de veces y no es para tanto. No llamaría historia a esa tensión lógica de miedos y derrotas. Tercera guerra mundial de leyes injustas que duró tres docenas menos las primaveras de un quinceañero.
Si la leo de reojo no es que sea tímido, es que prefiero que me vea jugar. La felicidad es cosa de niños desde el momento en que los mayores se emperran en sufrir. Yo la busco con mi caramelo y mi gorra, que la barba es un accidente y el pelo un chiste. Nos vemos en el parque.
Que no os engañen los poetas, la unión se escribe en braille. En la espalda o en la boca con tal de estar juntos. Y después de tantos años, empieza el tiempo.

 Para llegar al cielo hay que pasar por Roma.

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