miércoles, 28 de diciembre de 2011

Setenta y dos divanes.

Hablaba de monedas, de azar y de su capricho. Somos pocos lo que pecamos de reflexivos. Pecamos de improbables. Respiramos en el cuento de lo simple, que no sencillo, y dicen que los comunes no acostumbran a tumbarse en el diván de la crítica.
No siempre hay una bella moraleja con la que diluir la fatalidad de nuestros actos; de los aciertos, ni hablamos.
Sin moralejas, princesas ni dragones, y aún así, seguimos invirtiendo nuestro tiempo en el a veces catártico, a veces doloroso diván.
Con preguntas creo huecos, que con respuestas lleno. El cielo está para observarlo, no para interpretarlo.
Sólo el cielo y la lluvia son dogmas. Los miro, los siento, pero no los cuestiono.
Somos improbables, empapados y cuestionados. Un objetivo, mil caminos y mil enlaces. Somos lo que queremos ser, lo que nos dejan mostrar, somos únicos y somos más de uno.
Somos cantos de una moneda, música del azar que se volverán a cruzar.

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