Una vez más hay que desmontar un mito. Decían los poetas y los futuros diabéticos emocionales que el amor movía montañas. Mover mover, si mueve algo es crédito, de un lado a otro, y miradas, eso sí que mueve, pero la metáfora montañesa parece que queda ahora muy lejana.
Si el amor moviese montañas, el odio movería países enteros, y la venganza, continentes.
Saber gestionar el odio hace que la autosuperación se concrete en forma de éxitos, si consigues pasar la barrera que el miedo traza entre el fracaso y la excelencia.
El amor duerme, esconde, engaña, enmascara la negatividad de la que un ser objetivo no puede negar la existencia.
Si lo entiendes, las cosas son como son, si no las entiendes, las cosas siguen siendo como son.
La motivación y los objetivos a alcanzar marcan nuestra ruta sin retorno. En ello se basa el día a día, y ello será lo que nos defina, no tanto para el resto, si no para uno mismo.
Morfeo baja las persianas que las emociones a priori negativas se encargan de subir.
Qué sería del éxito sin una previa derrota, qué sería del descanso sin el cansancio, y el gozo del aburrimiento.
Que la montaña no te deje ver el continente.
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